jueves, 21 de enero de 2016

Prólogo

A veces nos vemos tentados a buscar respuestas donde sólo hay preguntas. O bien encontramos respuestas abstractas a preguntas muy concretas, lo cual es como no encontrar nada.
Sin embargo, otras veces, inintencionadamente y bajo ninguna expectativa, en el lugar más insospechado para ello y, no obstante, en el momento oportuno, aparecen ante nuestros ojos el porqué y el para qué: emociones.
Tarde o temprano, a partir de ese momento emprendemos un viaje único y palpitante en busca de las emociones perdidas.
...
Durante toda mi vida he recibido multitud de señales que me han llevado a concluir que nuestra vida es algo similar al proceso de metamorfosis de los insectos. Y digo algo similar porque los gusanos sólo la sufren una vez, convirtiéndose en hermosas mariposas para mantenerse así hasta los últimos días de sus vidas. Sin embargo, en nosotros los humanos la metamorfosis es un proceso bastante más largo, tanto o casi como la vida de cada uno. En él, los cambios no son tan bruscos y se dividen en varias fases, varias rachas, imprevisibles, impredecibles, diferentes en cada humano, en cada vida.
Es por esto que me permito hacer una pequeña división social en función de la fase metamórfica en la que estén. El nivel ínfimo sería el de gusano, poco desarrollado, con las mínimas capacidades y con mucho por avanzar y aprender por delante.
Siguiente nivel, el intermedio: el capullo. En el sentido zoológico de la palabra, no en el peyorativo. Se podría identificar con la fase de transición, de cambio de un nivel inferior a uno superior. Aplicado a la vida humana, es ese período en el que te formas, aprendes, y avanzas.
El último nivel, pero no por ello menos importante, es, por fin, el de la mariposa. El nivel supremo. Las ideas ordenadas, las lecciones aprendidas, los pasos completados, la meta alcanzada. Sólo queda disfrutar de esa fase.
Como ya he mencionado antes, en los humanos no hay una sola metamorfosis, hay una tras otra, de diversas longitudes e intensidades. La vida humana es, en realidad, toda una etapa en continua metamorfosis. Por lo tanto, y en consecuencia, nuestra vida es un constante cambio, avance y aprendizaje, me atrevería a decir que sin descanso. Al menos así debería ser.

Como colofón de este breve prólogo, debo añadir que en un sabio libro leí una vez que había cuatro cosas en el mundo que daban suerte: los tréboles de cuatro hojas, las mariquitas, las lagartijas y las mariposas.

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