viernes, 25 de mayo de 2012

Diario de verano: 5 de Julio.

Aquella fue una tarde muy larga e inevitablemente amarga en un centro comercial cualquiera. Tal como soñé esa misma noche, uno de los pocos hilos que me unían al mundo, a la vida, se rompió. Iba yo justo a comprarme este cuaderno, feliz por haberle visto, asustada por su intento de huída, cuando nada más pagarlo me di cuenta de que estaba detrás de mí, con esa tez oscura y esas facciones tan perfectas que le caracterizaban. Pero esta vez no presumía de su deslumbrante sonrisa. Esta vez estaba serio, asustado, y temblaba.
 -Eh... Tengo que decirte ahora una cosa -me dijo. Genial, mi sueño comenzaba a hacerse realidad. Mi sonrisa comenzaba a desvanecerse a medida que mi mente analizaba esas palabras. Intentar sonreír era como tratar de capturar el viento con las manos. Inútil y sin sentido.
-Vale -dije con apenas un hilito de voz, el máximo que podía sacar en un momento así. Terminé de pagar y me apartó de todo el mundo, sin prisa pero sin intención de parar. Así que decidí pararle yo.
-Para, para, para. ¿Qué pasa?
-Verás, es que... -balbuceaba sin apenas saber cómo iba a decirme aquello que pretendía. Supuse que buscaba las palabras explícitas para hacerme el menor daño posible. Supuse, también, lo que iba a decirme. Me decidí, pues, a ahorrarle un esfuerzo.
-¿Me vas a dejar?
Él, sin esperar aquello y con expresión de suplicar perdón, asintió con la cabeza mientras se daba golpecitos con los dedos en los labios. ¿Es que se arrepentía? Sabía perfectamente que me dolería, y aún así, ¿pretendía que no me afectara?
-No estés mal, por favor.
No fui capaz de articular palabra, pues las suyas no habían hecho más que empezar a atravesar mi mente, y tras analizarlas una y otra vez, comenzaron a invadir mi corazón.
-Quedamos como amigos, yo no tengo ningún problema en eso -pronunciaron sus labios, con intención de tranquilizarme y, por supuesto, sin resultado alguno.
Acabé pensando por casualidad en el sueño de aquella noche, aunque más bien había que llamarlo pesadilla. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo ya sabía que todo eso iba a suceder, de alguna manera. Pero a pesar de ello, mi corazón seguía sangrando.
Él seguía pronunciando palabras de consuelo, sin saber qué otra cosa podía hacer por sacarme de aquello. Una vez más, resultó inútil. Pero entonces me abrazó, como tantas otras veces había hecho antes, como me gustaba. No era el mismo abrazo que hacía unas semanas, cuando aún estaba susurrándome al oído esas dos palabras que todos anhelamos oír y tememos no hacerlo, cuando en realidad debemos preocuparnos por, no solo decirlo, sino también sentirlo nosotros mismos.
Antes de que quisiera darme cuenta, me sumergí en el llanto.
-Pero, ¿por qué? -creí querer saber, pues realmente no estaba segura de querer oír la respuesta.
No sé por qué razón, en vez de decirme la verdad, empezó a darme largas, una tras otra, hasta que, de nuevo, acabé contestándome yo solita.
-Ya no te gusto.
Recurrió al lenguaje de signos e imitó una expresión de confirmación abrumadoramente clara.
Debí morirme o algo parecido, porque empecé a verlo todo borroso y lo único que quería era sacar de mi interior aquellas lágrimas que por fuera parecían hermosas, pero por dentro eran como pequeñas espinas arañando por salir.
Tras intercambiar un par de frases más y sin voz para despedirme de él, alcé la mano en señal de un adiós y dando marcha atrás, incapaz de dejar de mirarle, seguí mi camino que desde entonces perdió el rumbo y ya no he vuelto a encontrarlo.

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